Hay un dicho muy conocido
por estos lares: “Cada quien mata sus pulgas a su manera”. Esto haciendo
referencia a que cada uno tiene una manera particular de arreglar sus asuntos
personales. Este popular adagio, parecería tener mucho más sentido en el contexto
en el que vivimos. Debido a factores políticos, económicos, y sobre todo en medio
de una pandemia; la mayoría de la gente ha tenido que hacer un sobre
esfuerzo para salir adelante.
Por mucho tiempo mi rutina para salir a trotar era de Once kilómetros ida y vuelta (inter diario), la mitad del trayecto es cuesta arriba y de regreso es más relajado por la pendiente negativa. La última semana cambie la rutina de mis salidas a trotar, esta vez saldría todos los días, pero solo de ida y con pendiente enteramente positiva. Además, había planificado salir a trotar incrementando mis recorridos progresivamente, es decir, lunes seis kilómetros, martes siete kilómetros y así sucesivamente. La meta semanal era recorrer el sábado, los más de diez kilómetros, hasta la plaza central de mi ciudad.
Es así que de regreso utilizaba el transporte público. Viajando en el bus pude analizar a los trabajadores ambulantes que suben y bajan a ofrecer sus productos y talentos. Todo por unas monedas. Algunos de estos ambulantes usaban técnicas muy ingeniosas y se ganaban buenas monedas; es el caso de un muchacho venezolano que subió con un frasco que parecía desinfectante y aromatizante, pasaba por todos los asientos limpiando los pasamanos. En su discurso decía que no estaba pidiendo que le regalen dinero, sino que esa era su forma de trabajar, es decir, protegiendo a los pasajeros del COVID. Varios le dieron monedas. Otro día vi a un joven que se notaba que le incomodaba subir a los buses, además no tenía ese discurso memorizado de ventas. Afirmaba que era estudiante de un instituto técnico (vestía el uniforme de la institución) y que se ayudaba vendiendo chocolates. Algunos mayores vieron el esfuerzo del muchacho y también le compraron. Se podía sentir cuán difícil era para él hacer eso, quizás estaba empezando.
Muchacho que limpiaba los pasamanos del bus |
En otra oportunidad subió un Clown, sí, un hombre casi idéntico al famoso personaje de “Machín” de la serie peruana Pataclaun. Este señor hacia sus bromas y chistes imitando al personaje original de la serie, y no lo hacía mal. Después ofrecía unos chocolates. Lo interesante de este Clown era que se notaba que disfrutaba lo que hacía, sí, se entretenía. Parecía que no importaba si le compraban o no, el seguía actuando y haciendo reír. Varios le compraron y cuando se bajó del bus, seguía haciendo sus payasadas en el paradero. Todas esas personas se enfrentaban a la vida usando sus propios talentos y determinación. Es decir, “mataban sus pulgas a su propia manera”.
Machin Alberto - Pataclaun |
Para ser honesto, yo no
soy de ayudar o comprar a los vendedores ambulantes de los buses. Lo hago muy rara
vez y cuando tengo un impulso emocional. Soy de las personas que paga un diezmo
por mis ingresos, pero no soy de dar monedas en la calle. Admiro a los que lo
hacen y seguramente tienen sus razones poderosas para hacerlo. Me viene a la
mente Eder, quien siempre tiene monedas en su auto y cada semáforo en rojo, si
hay algún ambulante o cómico, saca unas monedas y les colabora. Viviana también
siempre tenía monedas y ayudaba a los necesitados que le pedían en la calle.
Alguna vez cuando salí
muy temprano a trotar pasé por la puerta de un hospital, y un anciano se puso
en mi camino ofreciéndome golosinas. Yo lo esquivé y seguí trotando. No paso ni
2 segundos y me puse a pensar en ese señor.
¿Qué hacia un viejito tan
temprano en la puerta del hospital?
¿La gente le compraría algo?
¿Habrá desayunado?
Cuando salgo a correr no
cargo mucho dinero, solo para emergencias. Me di la vuelta y busqué al viejito
y le di todo lo que tenía. Como digo no es frecuente que yo haga esas cosas.
Una parte de mí adopta una posición egoísta diciéndome: “No es tu problema” además tú
tienes tus propios problemas.
Algunas veces, muy raramente, hay algo más
poderoso que me hace actuar como muchos de ustedes. Así es, doy una moneda o ayudo
de alguna manera. El punto es que también hay otro famoso dicho que dice: “Quien
no vive para servir, no sirve para vivir” Quizá tengo que aprender a ser más
servicial, quizá necesito ser más como Eder o Viviana (mis amigos). Pero también es cierto
que muchos de nosotros estamos tan ensimismados en nuestros propios asuntos que
no vemos las oportunidades de servir. No es una excusa, pero es así.
Como les dije, hoy tenía
la meta de culminar mi semana trotando hasta la plaza mayor, batir mi
propio record y regresar a tiempo para mis otras actividades. Los primeros
cinco kilómetros de subida el cuerpo es fuerte y disfrutaba del trayecto, la
buena música ayudaba mucho. El sexto y séptimo kilómetro ya se siente la pesadez
de la ruta y tienes que conservar fuerzas y mantener un solo ritmo. Dentro de
mi decía: Tranquilo Isra que ya faltan poco más de tres kilómetros, este reto lo
lograrás y superarás tu propio record.
De pronto vi a un
hombre adelante en la ciclovía, y estaba en silla de ruedas. Era un hombre de condición muy humilde y llevaba un
charango en la espalda, probablemente era su herramienta de trabajo y estaba dirigiéndose
a una esquina y ganar algunas monedas tocando y cantando.
Pude notar que le costaba
subir por la ciclovía. Sí, él hacia un esfuerzo en movilizarse. Realmente no lo
pensé, me paré y le pregunté a donde se dirigía, el hombre me dijo que al
mercado de Wanchaq. El mercado estaba a casi dos kilómetros de ese punto, le
pregunté con mucho respeto si me dejaba empujarlo y el accedió.
Duré empujando y trotando
un par de cuadras, la verdad esa silla de ruedas y el hombre pesaban mucho. Le
pregunté si estaba poniendo el freno porque realmente estaba pesada la cosa. En
mi mente una vocecilla me decía: Ahí esta pues, tú y tu bocota. No pude más y
solo caminaba empujando. De cuando en vez trotaba, pero era una labor tan
pesada que me obligaba a caminar. Mis planes de romper mi record se habían esfumado,
estaba a punto de sentirme frustrado y me di cuenta de algo. Ese hombre estaba limpiándose
los ojos, estaba llorando. No sé qué estaría pasando en su mundo, tampoco le
pregunté, lo único que hice fue empujar más fuerte. Ver esa escena de alguna
forma me dio más fuerza. Esa vocecilla se había escondido en lo más profundo de
mi ser, y muy avergonzada. Nos acompañamos casi dos kilómetros y después nos despedimos.
Cuando lo dejé respiré profundamente, recuperé las fuerzas y me puse a trotar.
Esta vez corría con más facilidad, además, solo quedaban como ochocientos
metros para llegar a mi meta.
En Mosiah capítulo dos del
libro de Mormón, dice:
“Cuando os halláis al
servicio de vuestros semejantes, sólo estáis al servicio de vuestro Dios”
Hoy aprendí algo, a pesar que en nuestros mundos todos libramos batallas muy pesadas. Quizá,
de vez en cuando, debamos hacer un alto a nuestras batallas y dar la mano prójimo.
La verdad que haciendo eso no solo vamos a ayudar al semejante, la ayuda más
importante será a nosotros mismos.
Jesucristo nos dio el ejemplo, su ministerio fue íntegramente de servicio, fue él mismo quien dijo:
“Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. “Éste es el
primero y grande mandamiento. “Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37–39).
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